Empezamos con las recomendaciones musicales. Este primero es cortesía de Philharmonie.
-La canción: Ruby Tuesday de Los Rolling. Aconsejo leer el texto con la canción de fondo.
-¿Dónde estoy? –sus
urró con cierto temor.
El ruido de unos pasos a su espalda le hizo girarse. El miedo infantil a la oscuridad pronto quedó sustituido por la sorpresa y la fascinación ante el hombre que encontró. Sonreía, de una manera extraña y triste, pero eso el niño no lo notó.
Se acercó hasta él y lo miró de arriba abajo, escrutándolo, trabajando para que su limitado entendimiento pudiera encontrar una explicación a porqué un payaso se encontraba frente a él en una habitación a oscuras. Una habitación sin paredes ni límites que él pudiera determinar. El niño alzó el brazo y tocó la pintura blanca de la cara del hombre, borrando con su dedo la lágrima negra dibujada bajo su ojo. Dio un paso atrás y sonrió satisfecho ante lo que había hecho.
-¿Estás triste? –su voz era quizás demasiado chillona para su corta estatura, pero eso no evitó que la sonrisa de medio lado del desconocido se ampliara.
Él negó con la cabeza.
-Entonces no deberías llorar.
-No lo hago –le respondió con una reverencia.
Era un payaso extraño, pensó el chiquillo. Un payaso incapaz de hacer reír.
-Sí que estabas llorando –el niño levantó su dedo manchado de blanco y negro y se lo mostró. Su tono de voz cambió. -¿Vas a decirme ahora dónde estoy? Quiero volver con mi mamá.
El payaso lo miró a los ojos y lo atrapó en ellos. Sus manos comenzaron a moverse con rapidez y movimientos exagerados y deliberados, tal y como lo haría un mago con chistera encima de un escenario. Curioso, el niño lo miró mientras sus ojos seguían aquella danza frenética y enigmática. Los guantes blancos hablaron sin palabras, prometieron sin voz, se retorcieron y la sonrisa mellada del muchacho le confirmaron que habían cumplido su misión. En sus manos, un muñeco de trapo con un solo ojo y ajado apareció.
-¡Martín! –gritó el niño y se lanzó a por él.
Sin poder creérselo, lo tomó entre sus manos y lo alzó. Lo acunó en sus brazos y lo acarició con una devoción que conmovió al payaso. Dos lágrimas solitarias resbalaron por las mejillas pálidas y frías del niño.
-Creía que mamá lo había tirado hace tiempo.
-Lleva esperándote mucho tiempo. Aquí. Sabía que volverías a por él –se arrodilló frente al niño y esta vez fue su turno de borrar las marcas saladas de aquel rostro salpicado de pecas. -¿Por qué lloras? Creía que esto te haría feliz.
-Soy feliz –dijo llanamente. –Aunque sé que no debería. Mamá se va a enfadar conmigo. Me repitió… -sin resistirlo más rompió a llorar con fuerzas, allí plantado, indefenso y sin la seguridad con la que había gozado toda su vida.
El payaso lo miró desconcertado. El muchacho se sorbió con fuerza la nariz y con la manga de su jersey arrastró lágrimas, mocos y miedo. A los pocos segundos, se atrevió de nuevo a abrir los ojos y a mirar de nuevo a aquel desconocido.
-Me prohibió salir de la casa y subirme al árbol del jardín. –dos corazones se partieron en aquel momento y una lágrima negra volvió a dibujarse sobre el talco blanco. –Pero no le hice caso. Yo sólo quería ser un pájaro. Volar lejos, alcanzar las nubes y las estrellas. Quería cantar, extender mis alas y volar.
-Lo sé, pequeño –su mano vacilante se posó sobre su cabeza y le revolvió el pelo.
-Mamá se va a enfadar por desobedecerle –repitió el niño, asustado.
-No se va a enfadar.
-¿Me lo prometes? –el niño estrechó al muñeco con más fuerza contra su pecho, buscando en él el consuelo que necesitaba.
-Te lo prometo.
El niño volvió a mirarlo fijamente, con sus enormes ojos verdes.
-Tampoco quiero que llore –musitó, rindiéndose a la evidencia.
-Ella no está llorando.
-Pero lo hará. Lo sé.
El payaso volvió a incorporarse y tomó al niño de la mano. No dijeron nada mientras caminaron, cada uno sumido en sus propios pensamientos y sus culpas. Martín colgando de la mano libre del niño, rozando el suelo con el trapo que le servía de vestido. Los tres llegaron hasta una enorme puerta blanca con una aldaba dorada justo a la altura del niño. Éste miró atentamente el destello que arrancaba una luz extraña y antinatural de la pieza y luego miró a su acompañante, aún agarrado de su mano.
-¿Qué hay detrás?
-No lo sé –respondió encogiéndose de hombros. –Pero hay alguien que espera por ti.
-¿Alguien? –susurró el muchacho soltándose de la mano y llamando a la puerta.
-Alguien que huele a tarta de manzana y canela.
La puerta se abrió con una lentitud casi pasmosa. El calor y un olor familiar invadió todos y cada uno de los sentidos del niño que, sin poder creérselo, volvió a empapar sus ojos. Conocía bien aquella cocina, aquellas cortinas, aquella sensación de paz y seguridad. La conocía, por eso se obligó a no confiar en lo que sus sentidos le estaban gritando.
No podía ser real.
-Antonio, si te quedas ahí se te va a enfriar –aquella voz…
-¿Abuela?
El niño dio un paso hacia delante y la puerta se cerró tras él. Y un único deseo pasó por la mente del payaso al mismo tiempo que la lágrima desaparecía de su rostro.
Ojalá todos fueran tan fáciles…
-La canción: Ruby Tuesday de Los Rolling. Aconsejo leer el texto con la canción de fondo.
-¿Dónde estoy? –sus

El ruido de unos pasos a su espalda le hizo girarse. El miedo infantil a la oscuridad pronto quedó sustituido por la sorpresa y la fascinación ante el hombre que encontró. Sonreía, de una manera extraña y triste, pero eso el niño no lo notó.
Se acercó hasta él y lo miró de arriba abajo, escrutándolo, trabajando para que su limitado entendimiento pudiera encontrar una explicación a porqué un payaso se encontraba frente a él en una habitación a oscuras. Una habitación sin paredes ni límites que él pudiera determinar. El niño alzó el brazo y tocó la pintura blanca de la cara del hombre, borrando con su dedo la lágrima negra dibujada bajo su ojo. Dio un paso atrás y sonrió satisfecho ante lo que había hecho.
-¿Estás triste? –su voz era quizás demasiado chillona para su corta estatura, pero eso no evitó que la sonrisa de medio lado del desconocido se ampliara.
Él negó con la cabeza.
-Entonces no deberías llorar.
-No lo hago –le respondió con una reverencia.
Era un payaso extraño, pensó el chiquillo. Un payaso incapaz de hacer reír.
-Sí que estabas llorando –el niño levantó su dedo manchado de blanco y negro y se lo mostró. Su tono de voz cambió. -¿Vas a decirme ahora dónde estoy? Quiero volver con mi mamá.
El payaso lo miró a los ojos y lo atrapó en ellos. Sus manos comenzaron a moverse con rapidez y movimientos exagerados y deliberados, tal y como lo haría un mago con chistera encima de un escenario. Curioso, el niño lo miró mientras sus ojos seguían aquella danza frenética y enigmática. Los guantes blancos hablaron sin palabras, prometieron sin voz, se retorcieron y la sonrisa mellada del muchacho le confirmaron que habían cumplido su misión. En sus manos, un muñeco de trapo con un solo ojo y ajado apareció.
-¡Martín! –gritó el niño y se lanzó a por él.
Sin poder creérselo, lo tomó entre sus manos y lo alzó. Lo acunó en sus brazos y lo acarició con una devoción que conmovió al payaso. Dos lágrimas solitarias resbalaron por las mejillas pálidas y frías del niño.
-Creía que mamá lo había tirado hace tiempo.
-Lleva esperándote mucho tiempo. Aquí. Sabía que volverías a por él –se arrodilló frente al niño y esta vez fue su turno de borrar las marcas saladas de aquel rostro salpicado de pecas. -¿Por qué lloras? Creía que esto te haría feliz.
-Soy feliz –dijo llanamente. –Aunque sé que no debería. Mamá se va a enfadar conmigo. Me repitió… -sin resistirlo más rompió a llorar con fuerzas, allí plantado, indefenso y sin la seguridad con la que había gozado toda su vida.
El payaso lo miró desconcertado. El muchacho se sorbió con fuerza la nariz y con la manga de su jersey arrastró lágrimas, mocos y miedo. A los pocos segundos, se atrevió de nuevo a abrir los ojos y a mirar de nuevo a aquel desconocido.
-Me prohibió salir de la casa y subirme al árbol del jardín. –dos corazones se partieron en aquel momento y una lágrima negra volvió a dibujarse sobre el talco blanco. –Pero no le hice caso. Yo sólo quería ser un pájaro. Volar lejos, alcanzar las nubes y las estrellas. Quería cantar, extender mis alas y volar.
-Lo sé, pequeño –su mano vacilante se posó sobre su cabeza y le revolvió el pelo.
-Mamá se va a enfadar por desobedecerle –repitió el niño, asustado.
-No se va a enfadar.
-¿Me lo prometes? –el niño estrechó al muñeco con más fuerza contra su pecho, buscando en él el consuelo que necesitaba.
-Te lo prometo.
El niño volvió a mirarlo fijamente, con sus enormes ojos verdes.
-Tampoco quiero que llore –musitó, rindiéndose a la evidencia.
-Ella no está llorando.
-Pero lo hará. Lo sé.
El payaso volvió a incorporarse y tomó al niño de la mano. No dijeron nada mientras caminaron, cada uno sumido en sus propios pensamientos y sus culpas. Martín colgando de la mano libre del niño, rozando el suelo con el trapo que le servía de vestido. Los tres llegaron hasta una enorme puerta blanca con una aldaba dorada justo a la altura del niño. Éste miró atentamente el destello que arrancaba una luz extraña y antinatural de la pieza y luego miró a su acompañante, aún agarrado de su mano.
-¿Qué hay detrás?
-No lo sé –respondió encogiéndose de hombros. –Pero hay alguien que espera por ti.
-¿Alguien? –susurró el muchacho soltándose de la mano y llamando a la puerta.
-Alguien que huele a tarta de manzana y canela.
La puerta se abrió con una lentitud casi pasmosa. El calor y un olor familiar invadió todos y cada uno de los sentidos del niño que, sin poder creérselo, volvió a empapar sus ojos. Conocía bien aquella cocina, aquellas cortinas, aquella sensación de paz y seguridad. La conocía, por eso se obligó a no confiar en lo que sus sentidos le estaban gritando.
No podía ser real.
-Antonio, si te quedas ahí se te va a enfriar –aquella voz…
-¿Abuela?
El niño dio un paso hacia delante y la puerta se cerró tras él. Y un único deseo pasó por la mente del payaso al mismo tiempo que la lágrima desaparecía de su rostro.
Ojalá todos fueran tan fáciles…
¡Qué peeeeeeena!
ResponderEliminarNo divisé el rumbo del relato hasta que él niño habló de volar. Sí, muy literal. Pero por alguna razón pensé que el payaso iba a ser malvado o algo así... (les tengo miedo).
Me ha gustado :).
Un comment! Sí!!!
ResponderEliminarPues a mí también me dan miedo los payasos, pero no sé... aquí toma la imagen de "ente" que ayuda al traspaso. No le gusta su trabajo, no entiende muy bien porqué esta ahí... pero bueno, alguien tiene que hacerlo.
Me alegra que te haya gustado ^^
Laurita genial, yo también tengo la lágrima en los ojos. Pero eso de que a tus amigos les dan miedo los payasos, lástima el niño que sólo quería subierse al árbol para poder volar... menos leer a Stephen y más gastarse el dinero en ir al circo.
ResponderEliminarLos payasos están unidos a los niños y eso dicen su relato, que viene para ayudarlo a cruzar la línea.
Besitosssss
Hombre, el día que de verdad se pueda oler a manzana y canela y tener banda sonora en un relato, todo así mezcladito y aliñadito con unas gotas de gin tonic, ... en fin , para que soñar, nos quedaremos como estamos, leyendo historias hermosas... Los payasos depende, si es tipo Charlie Rivel -que mayor soy- un poco de cague sí que dan, pero si es estilo Miliki... ya me dirás. Esto de ser anónimo tiene estas ventajas , que se escriben chorradas impunemente...
ResponderEliminarDios mío, es... Oh, no sé, me he quedado sin palabras... Es increíble todo, de verdad... El payaso actua como alma que ayuda a pasar de un lado a otro, y lo del osito... Ais, no sé... ):
ResponderEliminarEs genial, en serio, ¡continua escribiendo, lo haces de maravilla!
Me ha encantado el detalle del osito y lo último que piensa el payaso: Ojalá todos fueran tan fáciles...
ResponderEliminargracias chicas por pasaros!!!!
ResponderEliminarme alegra un montón que os haya gustado!!
He encontrado tu blog gracias a Yo leo... FantástiKa, y me ha gustado muchísimo tu relato, es muy bonito y original *3*
ResponderEliminar^^