Por sugerencia de minigami he escrito este relato con la canción Time is running out de Muse. Como siempre, aconsejo tenerla de fondo mientras se lee.
Además quiero regalarme el relato a mi amigo Osete. Dios sabe que se lo debo desde hace tropecientos años y espero (sé) que te va a gustar.
HEDONISMO EXTÁSICO
El agua fría ayudó en cierta m
edida a superar los estragos que una noche de insomnio hacían en su cuerpo. No se miró una segunda vez en el espejo, espantado por su desastroso aspecto. En cambio, dejó caer la toalla mojada al suelo y salió del baño, desnudo y libre. Vivo y ansioso. Cansado y terriblemente excitado.
Tomó el mando del estéreo de una de las mesitas del salón y lo encendió. Pronto las palabras perdieron su significado, los recuerdos se mezclaron con sus deseos y su imaginación hizo el resto.
Completo. Satisfecho. Saciado.
Sí. Era una completa delicia sentirse así.
Se sirvió una taza de café y repasó con ojo crítico las fotografías que había tomado anoche en el estudio. No pudo evitar acariciar un par de ellas. Delinear lentamente su rostro plasmado en el papel, poseer aquella mirada ambarina y fría, grabar a fuego su pelo, sus piernas, su grito silencioso…
Él era un genio y ella su más tierna obra.
Había gritado su nombre, luego susurrado y más tardes las lágrimas le habían demandado que terminara el trabajo. Una muñeca y él el titiritero. Un simple mortal jugando el papel de Dios, alcanzando un paraíso repleto de serpientes y manzanas.
-¿Hay más café?
Apartó su mirada de las fotografías, molesto por aquella interrupción. Su compañero, al contrario que él, había considerado que las nueve de la mañana era buena hora para llevar pantalones y camiseta. Y dio gracias por ello. Lo miró durante un par de minutos, mientras el muchacho recorría la cocina abriendo muebles y sirviéndose como si estuviera en su propia casa. ¿Cuándo demonios había cogido el teléfono y lo había llamado? ¿Hasta qué punto había llegado anoche para que él ahora estuviera en su casa, recién duchado y con los labios hinchados?
-¿No tienes trabajo esta mañana? –recogió de mala manera las fotos que tenía esparcidas sobre la mesa y se puso en pie.
-No. Cambié mi turno con Arturo, pensé que querrías pasar la mañana juntos.
La mirada escéptica del anfitrión no dejó lugar a dudas. Sin dedicarle un segundo más de su tiempo, salió de la cocina antes de que ese niñato insufrible le arruinara el buen humor de aquella mañana.
No escuchó la réplica de su compañero, ni mucho menos el golpe de la puerta al cerrarse. Sumergido de nuevo en aquel hedonismo sin control, todo dejó de tener sentido y valor. Se acarició el torso, llevando sus manos hasta su cuello y apretándolo, aumentando de alguna manera su excitación. Su pelo revuelto, sus ojos nublados por el deseo, el cuerpo entero temblando de expectación…
-Ya llego…
Entró a su estudio y cerró la puerta con llave tras de él, librándose así por unos minutos de ese estúpido mundo cargado de moralidad, donde no podía ser quién realmente era.
Cogió la cámara y se la colgó al cuello. Se la acercó al rostro y enfocó. Era tan hermoso y estimulante… el miedo que adivinaba en sus ojos, los jadeos que escuchaba a través de la mordaza, las súplicas que le gritaba sin palabras, las promesas de silencio que auguraba, los favores que estaría dispuesta a hacerle si sólo…
Alargó la mano y le acarició el rostro, enroscando uno de sus mechones rojos entre sus dedos.
Ella se acercó aún más a su contacto.
Lástima que tuviera que convertirla en su Ofelia Inmortal para su siguiente sesión. La atraparía para siempre, como antes atrapó a otras.
Adoración.
Necesidad.
Sumisión.
Él jamás sería su Noble Abelardo.
Además quiero regalarme el relato a mi amigo Osete. Dios sabe que se lo debo desde hace tropecientos años y espero (sé) que te va a gustar.
HEDONISMO EXTÁSICO
El agua fría ayudó en cierta m

Tomó el mando del estéreo de una de las mesitas del salón y lo encendió. Pronto las palabras perdieron su significado, los recuerdos se mezclaron con sus deseos y su imaginación hizo el resto.
Completo. Satisfecho. Saciado.
Sí. Era una completa delicia sentirse así.
Se sirvió una taza de café y repasó con ojo crítico las fotografías que había tomado anoche en el estudio. No pudo evitar acariciar un par de ellas. Delinear lentamente su rostro plasmado en el papel, poseer aquella mirada ambarina y fría, grabar a fuego su pelo, sus piernas, su grito silencioso…
Él era un genio y ella su más tierna obra.
Había gritado su nombre, luego susurrado y más tardes las lágrimas le habían demandado que terminara el trabajo. Una muñeca y él el titiritero. Un simple mortal jugando el papel de Dios, alcanzando un paraíso repleto de serpientes y manzanas.
-¿Hay más café?
Apartó su mirada de las fotografías, molesto por aquella interrupción. Su compañero, al contrario que él, había considerado que las nueve de la mañana era buena hora para llevar pantalones y camiseta. Y dio gracias por ello. Lo miró durante un par de minutos, mientras el muchacho recorría la cocina abriendo muebles y sirviéndose como si estuviera en su propia casa. ¿Cuándo demonios había cogido el teléfono y lo había llamado? ¿Hasta qué punto había llegado anoche para que él ahora estuviera en su casa, recién duchado y con los labios hinchados?
-¿No tienes trabajo esta mañana? –recogió de mala manera las fotos que tenía esparcidas sobre la mesa y se puso en pie.
-No. Cambié mi turno con Arturo, pensé que querrías pasar la mañana juntos.
La mirada escéptica del anfitrión no dejó lugar a dudas. Sin dedicarle un segundo más de su tiempo, salió de la cocina antes de que ese niñato insufrible le arruinara el buen humor de aquella mañana.
No escuchó la réplica de su compañero, ni mucho menos el golpe de la puerta al cerrarse. Sumergido de nuevo en aquel hedonismo sin control, todo dejó de tener sentido y valor. Se acarició el torso, llevando sus manos hasta su cuello y apretándolo, aumentando de alguna manera su excitación. Su pelo revuelto, sus ojos nublados por el deseo, el cuerpo entero temblando de expectación…
-Ya llego…
Entró a su estudio y cerró la puerta con llave tras de él, librándose así por unos minutos de ese estúpido mundo cargado de moralidad, donde no podía ser quién realmente era.
Cogió la cámara y se la colgó al cuello. Se la acercó al rostro y enfocó. Era tan hermoso y estimulante… el miedo que adivinaba en sus ojos, los jadeos que escuchaba a través de la mordaza, las súplicas que le gritaba sin palabras, las promesas de silencio que auguraba, los favores que estaría dispuesta a hacerle si sólo…
Alargó la mano y le acarició el rostro, enroscando uno de sus mechones rojos entre sus dedos.
Ella se acercó aún más a su contacto.
Lástima que tuviera que convertirla en su Ofelia Inmortal para su siguiente sesión. La atraparía para siempre, como antes atrapó a otras.
Adoración.
Necesidad.
Sumisión.
Él jamás sería su Noble Abelardo.
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