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A Pray for Forgiveness

Leara Martell. Con la tecnología de Blogger.

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LA BRUJA Y EL DIOS

Oigo el aullar del lobo más allá de las colinas y sonrío mientras mantengo mis ojos cerrados para evitar que éstos quiten protagonismo al resto de mis sentidos. Unas manos ágiles se deslizan por mi cuerpo, despojándome de mis ropas, preparándome para el ritual. Llevo años preparándome para esto y no sé si los nervios me dejarán disfrutar del momento.
La pintura es fresca y mi piel se rebela a su contacto. Signos paganos cubren ahora mi cuerpo contrastando su palidez con mi piel de ébano. Siempre supe que nací de una noche como esta y que toda mi vida viviría para ella.
Los tambores ceremoniales se alzan ya sobre el silencio, mis hermanas están cumpliendo con su función. Es la hora de que yo cumpla con la mía.
-Ya estamos todas listas.
-Ya voy madre.
Todas salen de la improvisada tienda, mientras me dejan unos minutos a mí, a la elegida, para que ponga en orden todos mis pensamientos y quede libre de mis pecados. Según la costumbre, ahora debería estar muerta de miedo por lo que está a punto de pasar pero lo curioso es que no lo temo, es más, estoy deseosa, llevo años estándolo. No puedo esperar.
Me dirijo hacia la puerta y aparto de un manotazo ambas telas. Soy la protagonista y nadie me va a robar mi entrada triunfal. Veo como las demás bailan frenéticamente alrededor del fuego. Me deslizo lentamente hasta ellas, deleitándome con cada paso que doy y que más me acerca a él. En cuanto me ven se detienen y respetuosas se inclinan ante mí. Todo está a punto de comenzar.
-No debes tener miedo –susurra una anciana voz a mi lado.
-No lo tengo.
-¿Tienes claro a qué Dios te vas a encomendar?
-Ya lo creo que sí.
Se acabó la charla. No quiero más contacto con este mundo. Me dirijo hacia el centro del círculo y miro al fuego. Las grandes piedras sagradas de nuestros ancestros nos rodean y saco de ellas las fuerzas para continuar. Todo el mundo aguanta en silencio la respiración, temerosos de que no funcione mi atrevimiento.
Al igual que mi madre y la suya antes que ella, al igual que todas las hermanas que me rodean, la mayoría piensa que yo también debería encomendarme a Hécate diosa de la feminidad, pero sé que ella no es para mí. Tengo reservado un futuro mucho más grande.
Ya no solo se escucha aullar a un lobo solitario, toda la manada intenta animarme a continuar y me dan la bienvenida. Miro al cielo, aún con los ojos cerrados y noto las ligeras gotas de lluvia recorrer todo mi cuerpo desnudo. Me están limpiando el alma y arrastrando la pintura convirtiendo mi piel en un borroso collage. Respiro hondo, se acabó la espera.
Sé que mi boca expulsa palabras pero no tengo ni idea de lo que estoy diciendo. Las miro, el aquelarre entero está pendiente de mi decisión. Algunas me miran con miedo, en otras puedo adivinar fascinación. Y entonces le veo, entre las llamas del fuego. Mi amado Dios me llama y yo acudo sin demora, adentrándome entre las llamas, dejando que sus múltiples lenguas recorran cada centímetro de mi frágil piel.
Lejanos, muy lejanos, escucho gritos de terror, pero ellos ya no importan. Lo único que sé es que él me tiene entre sus brazos, besando mi cuello, explorando con dedos ágiles mi cuerpo. Gozo y jadeo. Soy suya y él me está tomando sin ningún tipo de miramiento. Noto como cada célula de mi ser responde gustosa a sus sinuosas caricias, como mi lengua busca desesperadamente la suya, como mis manos ansían su cuerpo.
No hay más fuego, sino un simple altar bajo nuestros lujuriosos cuerpos. Ambos estamos allí, a los ojos de todas las demás. Noto sus miradas desconcertadas y envidiosas. Él me ha aceptado bajo su manto, ninguna mujer antes había tenido tal privilegio. Según dicen, nosotras no estamos preparadas para la guerra aunque eso no parece importarle lo más mínimo ahora. De ahora en adelante seré su emisaria, seré su ángel de la muerte.
Mis uñas se hunden en su espalda tan fuertes que seguramente dejarán marca. Nuestras lenguas siguen clamando la primacía en aquel apasionado juego de besos que ambos nos regalamos. No sé cuánto tiempo llevamos así, para mí el tiempo ha perdido todo su significado. El ritmo de la noche aumenta y mi espalda se arquea contra el frío mármol que nos sostiene. Vuelvo a gritar inmensamente feliz porque al fin soy suya. Ahora y siempre. Cuando él me quiera allí estaré.
Un grito.
Una sonrisa placentera.
Un lazo de unión.
Dos cuerpos en perfecta comunión.
Por sugerencia de minigami he escrito este relato con la canción Time is running out de Muse. Como siempre, aconsejo tenerla de fondo mientras se lee.
Además quiero regalarme el relato a mi amigo Osete. Dios sabe que se lo debo desde hace tropecientos años y espero (sé) que te va a gustar.


HEDONISMO EXTÁSICO

El agua fría ayudó en cierta medida a superar los estragos que una noche de insomnio hacían en su cuerpo. No se miró una segunda vez en el espejo, espantado por su desastroso aspecto. En cambio, dejó caer la toalla mojada al suelo y salió del baño, desnudo y libre. Vivo y ansioso. Cansado y terriblemente excitado.
Tomó el mando del estéreo de una de las mesitas del salón y lo encendió. Pronto las palabras perdieron su significado, los recuerdos se mezclaron con sus deseos y su imaginación hizo el resto.
Completo. Satisfecho. Saciado.
Sí. Era una completa delicia sentirse así.
Se sirvió una taza de café y repasó con ojo crítico las fotografías que había tomado anoche en el estudio. No pudo evitar acariciar un par de ellas. Delinear lentamente su rostro plasmado en el papel, poseer aquella mirada ambarina y fría, grabar a fuego su pelo, sus piernas, su grito silencioso…
Él era un genio y ella su más tierna obra.
Había gritado su nombre, luego susurrado y más tardes las lágrimas le habían demandado que terminara el trabajo. Una muñeca y él el titiritero. Un simple mortal jugando el papel de Dios, alcanzando un paraíso repleto de serpientes y manzanas.
-¿Hay más café?
Apartó su mirada de las fotografías, molesto por aquella interrupción. Su compañero, al contrario que él, había considerado que las nueve de la mañana era buena hora para llevar pantalones y camiseta. Y dio gracias por ello. Lo miró durante un par de minutos, mientras el muchacho recorría la cocina abriendo muebles y sirviéndose como si estuviera en su propia casa. ¿Cuándo demonios había cogido el teléfono y lo había llamado? ¿Hasta qué punto había llegado anoche para que él ahora estuviera en su casa, recién duchado y con los labios hinchados?
-¿No tienes trabajo esta mañana? –recogió de mala manera las fotos que tenía esparcidas sobre la mesa y se puso en pie.
-No. Cambié mi turno con Arturo, pensé que querrías pasar la mañana juntos.
La mirada escéptica del anfitrión no dejó lugar a dudas. Sin dedicarle un segundo más de su tiempo, salió de la cocina antes de que ese niñato insufrible le arruinara el buen humor de aquella mañana.
No escuchó la réplica de su compañero, ni mucho menos el golpe de la puerta al cerrarse. Sumergido de nuevo en aquel hedonismo sin control, todo dejó de tener sentido y valor. Se acarició el torso, llevando sus manos hasta su cuello y apretándolo, aumentando de alguna manera su excitación. Su pelo revuelto, sus ojos nublados por el deseo, el cuerpo entero temblando de expectación…
-Ya llego…
Entró a su estudio y cerró la puerta con llave tras de él, librándose así por unos minutos de ese estúpido mundo cargado de moralidad, donde no podía ser quién realmente era.
Cogió la cámara y se la colgó al cuello. Se la acercó al rostro y enfocó. Era tan hermoso y estimulante… el miedo que adivinaba en sus ojos, los jadeos que escuchaba a través de la mordaza, las súplicas que le gritaba sin palabras, las promesas de silencio que auguraba, los favores que estaría dispuesta a hacerle si sólo…
Alargó la mano y le acarició el rostro, enroscando uno de sus mechones rojos entre sus dedos.
Ella se acercó aún más a su contacto.
Lástima que tuviera que convertirla en su Ofelia Inmortal para su siguiente sesión. La atraparía para siempre, como antes atrapó a otras.
Adoración.
Necesidad.
Sumisión.
Él jamás sería su Noble Abelardo.
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